Porque no hay más ciego que el que no quiere ver
Me has
roto el corazón, pero te amo. Sí, te amo.
Recuerdo
cuando me preguntaste una vez ¿por qué no te decía que te amaba? ¿Por qué me
costó tanto decírtelo? Bueno, supongo que ahora ya lo sabes, ¿no?
No quería
decirlo porque sabía que una vez pronunciadas estas palabras no habría vuelta
atrás, porque para mí esas palabras tienen y tenían un verdadero significado.
Porque sabía que iba en serio, que sería verdadero y con todo mi corazón y mi
alma.
Sabía que
una vez pronunciadas significarían que te aceptaba como eras, que amaría hasta
el pelo más pequeño de tu cabeza, que lucharía cada día por hacerte feliz. Era una promesa eterna y duradera. Te iba a amar sin límites,
si control. Apostaba por ti con todo.
El día
que lo pronuncié me asusté, te asustaste y seguidamente me abrazaste y yo te
pedí que por favor no me decepcionaras. Me dijiste que me amabas y que me
querrías siempre. Fui la persona más feliz del mundo en ese momento, me sentí segura.
Pero como suele pasar, la felicidad dura poco y las promesas se
las lleva el viento, y en tu caso un viento muy rápido. Y aquí estamos ahora…
yo amándote y tú “amando” a otra.
Muchas
veces pienso que volverás. Que volverás, tal vez después de amar a muchas
otras, pero volverás. Puede que me esté engañando, pero dicen que no hay más ciego que el que no
quiere ver, y yo, yo me he negado a ver este mundo sin ti. Sé que tarde o
temprano, aunque creo que más tarde que temprano, te darás cuenta de que nadie
te ha amado ni te amara como yo te amo. Y eso lo sé.
Tal vez
me engañe, pero no me importa, sé que lo que vi en tus ojos ese día aún existe.
Solo hace falta que tú te des cuenta.
Mientras
tanto yo seguiré aquí esperándote y diciéndole a mis brazos que no se preocupen
que algún día volverán a ver los tuyos y se volverán a fundir en un abrazo de
los nuestros.
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