Búscame cuando escuches mi silencio
¡Como
hablábamos! Creo que es lo que más echo
de menos, el cómo solíamos hablar horas y horas sin cansarnos ni agobiarnos y
sobretodo sin aburrirnos. ¡Era la caña!
Hablábamos
de futuro, si ¿no te parece raro? Ahora que lo pienso, hablábamos de un jodido futuro juntos, es de locos. O de inocentes.
Vete tú a saber.
Extrañaré
esas noches largas donde parecíamos auténticos borrachos, sin necesidad de
alcohol. Emborrachados el uno del otro, el bendito cielo era aquello. Juro que
lo era.
Nos
gustaba decir cosas totalmente distintas, diferentes, buscando la manera de picarnos
y de comenzar un juego de no acabar. Juego donde casi por regla acababa tu boca
sobre la mía, tu mano en mis muslos y las mías en tu pelo, tu sexy pelo.
Esa
era tu manera de decirme que habías ganado,
que el juego había acabado.
Era
también tu manera de callarme. Querías que me callara que no te llevara la
contraria, que no me riera si la cagabas, odiabas eso. Y a mí, a mí me
encantaba. Ver como poco a poco se volvía roja tú cara de pura rabia y de
impotencia, me mirabas con los ojos
encendidos y yo vibraba. Y te seguía la mirada hasta no poder aguantar más y no
podía parar de reír.
Y de repente te acercabas a mí, me mirabas muy
directo a los ojos y todo se quedaba en silencio. Silencio.
Silencio que
anunciaba la explosión que vendría después,
la entropía que en breves instantes
acompañaría nuestros cuerpos.
Respiración acelerada,
caricias que dejaban la
piel de gallina,
pelos de punta,
sonrisas entrecortadas.
Ese silencio. Silencio cargado de ruido, palabras, deseo y pasión.
Ese
silencio nuestro. Si alguna vez lo vuelves a escuchar,
búscame, búscame
porque
yo me dejare encontrar.
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